Un artículo escrito por J.W. MacGarvey.
Por mucho tiempo ha sido un tema si oficiales de la iglesia deben ser seleccionados por la congregación en general, o por el Evangelista encargado de efectuar la organización de la iglesia. Se dice poco en las Escrituras sobre el tema, pero aquellos quienes están dispuestos a ser guiados por las indicaciones más mínimas de la voluntad de Dios por encima de la preferencia hacia su propio juicio, encontrarán lo suficiente como para satisfacerles.
Solo tenemos un ejemplo grabado, en el cual claramente nos es dicho qué parte fue tomada por la congregación, y cual parte fue tomada por los oficiales haciendo la ordenación. Este es el caso de los siete diáconos de la iglesia en Jerusalén. Los Apóstoles convocaron a “Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo.” Hechos 6:2-3. La selección, pues, fue hecha por la multitud, y el nombramiento por los apóstoles. La distinción hecha entre estos dos términos no debe ser pasada por alto. El término nombrar a veces se entiende que incluye la selección, pero en el estilo de los apóstoles, simplemente significa la inducción al oficio, y se distingue de la selección que la procede.
Ahora, en el caso de los Ancianos en las iglesias de Licaonia y Pisidia, se dice que Pablo y Bernabé los “ordenaron”; o para expresarlo con más precisión, “los constituyeron”. Hechos 14:23. La palabra que aquí fue traducido constituir (cheirotoneo) no es la misma que se traduce igual en hechos 6:3; pero en tal conexión su significado presente es más o menos el mismo. La parte realizada por los apóstoles en este caso siendo el mismo que en el caso de los diáconos, es justo asumir que la parte realizada por la gente también era la misma y que Lucas no lo menciona porque, habiendo previamente declarado en proceso de seleccionar un tipo de oficial de la iglesia, asumiría que sus leedores entenderían que el mismo proceso se observó en la instancia presente. En efecto, la naturaleza del caso es tal que, por necesidad, tendríamos que entenderlo, a menos que fuera expresamente informado que el proceso fue diferente. Si un viajero, dando un recuente de las costumbres de alguna tribu de hombres recién descubierta, fuese a describir la selección de cierta clase de oficiales de su gobierno, y después frecuentemente hablase de la selección de otras clases de oficiales sin intimar que el proceso fuese diferente, sería necesario inferir que el proceso es el mismo, a menos que, ciertamente, se encontrara algo en el contexto o en la naturaleza del caso, que prohibiera la inferencia.
Cuando se le dice a Tito que ordene o nombre Ancianos en cada ciudad, se utiliza el mismo término como cuando los apóstoles en Jerusalén propusieron nombrar diáconos: el proceso, por lo tanto, es el mismo, y toma lugar después que la gente haya seleccionado los oficiales.
De estas premisas, concluimos que todo oficial de la iglesia fue seleccionado por la congragación en general; y esta conclusión es confirmada por la historia no inspirada más antigua. Clemente de Roma lo declara una regla que fue entregada por los apóstoles, que los oficiales de la iglesia “sean llenados según el juicio de hombres aprobados, con el consentimiento de la comunidad entera”. Esto indicaría que el juicio de los hombres más aprobados en la congregación fue dada, talvez por medio de nominaciones, y que la congregación entera fue llamada a expresar su aprobación o desaprobación. Pero si las nominaciones fueron hechas en la era apostólica, esto no queda determinado con mucha certeza. El único hecho definitivo es que la gente eligió a sus oficiales y, por lo tanto, cualquier modo de procedencia en conducir las elecciones parece más prudente para cada iglesia se autoriza en las Escrituras.
Y ahora seguimos con el nombramiento, o a lo que comúnmente se le dice la ordenación de oficiales. Las declaraciones de las Escrituras sobre este tema son claras, y suficientemente pequeñas. En el caso de los diáconos, habiendo sido escogidos, se nos dice que fueron puestos ante los apóstoles y, “quienes, orando, les impusieron las manos”. Se propusieron a nombrarlos; lo que hicieron fue orar e imponerles sus manos; orar e imponer manos, entonces, fue el modo de nombrar o, si prefiere, ordenar. También se menciona el ayuno en conexión con la ordenación de los Ancianos en Licaonia y Pisidia (Hechos 14:23), y es muy probable que acompañaba o, más bien, precedía el culto en toda ocasión así. Con estos precedentes apostólicos ante ellos, Tito en Creta y Timoteo en la provincia de Asia no necesitaban instrucciones expresadas sobre el proceso de ordenación; y tampoco Evangelista del presente necesita más de lo que proveen estos precedentes. Ayuno, oración e imposición de manos, conducido con la solemnidad debida y acompañado por admoniciones y exhortaciones, constituyen el modo espiritual de inducción al oficio.
Por causa de un malentendido sobre el diseño y los efectos de la ordenación, la idea supersticiosa ha prevalecido extensamente que si un hombre ya ha sido ordenado a una congregación, entonces no necesita ser ordenado de nuevo. Si cambia de localidad y es elegido al mismo oficio en otra congregación, que hay algo perpetuo sobre la imposición de manos, lo cual deja una repetición de ello como algo inapropiado. Esta idea queda excluida cuando entendemos que, como el juramento de oficio de gobierno, simplemente es una inducción al oficio, y por lo tanto debe ser repetido tan seguido como hay una elección para el oficio.
Ha habido mucha discusión inútil sobre la cuestión de a quién le pertenece el privilegio de imponer manos. La discusión es inútil porque las Escrituras proveen ejemplos incuestionables de las manos siendo impuestas por los apóstoles, por profetas y por maestros, (Hechos 13:1-3), por Ancianos (1 Timoteo 4:14) y por Evangelistas, (1 Timoteo 5:22; Tito 1:5). Hoy en día, los Ancianos o Evangelistas, o ambos juntos, pueden rendir el servicio, según lo dicta el sentido común y el requerimiento de buen orden sobre cada ocasión.
Una pregunta más se nos ocurre como algo digno de breve observación, en conclusión. Pablo dice de los diáconos, “Y éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles.” 1 Timoteo 3:10. Algunos entienden que esto significa que el candidato para el oficio de diácono debe ser puesto a trabajar en los deberes del oficio hasta que se asegure si puede realizarlas o no, antes de que sea ordenado; y que el término también en la oración se refiere a los Ancianos previamente mencionados, indicando la misma referencia a ellos. Debe ser observado, sin embargo, que Pablo no dice que la prueba que él menciona debe preceder la ordenación, sino que debe preceder el uso del oficio. Sería revertir el orden de Pablo, por lo tanto, requerir que el candidato use el oficio como un medio para probarlo. En vez de probarlo primero y luego dejarlo usar el oficio, sería requerirle usar el oficio primero. Evidentemente esto no puede ser el significado: pero, habiendo prescrito las calificaciones por las cuales un candidato de cada uno de los oficios debe ser probado, el apóstol declara que deben ser probados antes de ser permitidos realizar las funciones del oficio que desean.
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La versión de la Biblia usada en este artículo es la RV1960 (Reina-Valera 1960), a menos de ser específicamente notado.
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