Un artículo escrito por el Dr. Jack Cottrell, jueves 3 de diciembre, 2009.
UNA PREGUNTA INTERESANTE: Estaba leyendo un mensaje navideño por Leith Anderson, y no estoy del todo seguro de ello. Dice, “Nunca pienses que el cuerpo [de Cristo] fue solamente para la generación del pesebre en Belén hasta la cruz del Calvario. Esto fue permanente. Dios se hizo humano para siempre . . . fue el mismo cuerpo que ascendió al cielo y está ahí ahora. Es el mismo cuerpo que la Biblia predice y que Jesús promete, regresará a la tierra de nuevo. Es el mismo cuerpo que usará para siempre y siempre a través de toda la eternidad.” Ahora, Pablo dice que “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). Pero la declaración de Anderson parece sugerir que el cuerpo carne-y-hueso de Jesús sí habita ese reino. ¿Es importante que tenga el cuerpo o no?
MI RESPUESTA: Sin el contexto entero, no puedo estar seguro de lo que quiere decir Anderson con “el mismo cuerpo”. Puede ser que esté usando esto como abreviatura para “la misma naturaleza humana”, en otras palabras, la misma identidad que Jesús de Nazaret. Esto ciertamente es el punto de su declaración, “Dios se hizo humano para siempre”. Con esto estoy de acuerdo. Cuando el Logos comenzó su existencia como la persona humana, Jesús, en la encarnación, estaba comprometido a seguir existiendo como ese ser humano para siempre.
Sin embargo, la redacción del extracto de Anderson sugiere algo más, i.e., que desde la encarnación, la persona humana de Jesús de Nazaret ha tenido y eternamente seguirá teniendo solo UN MISMO CUERPO. La redacción implica—no, afirma—que el cuerpo que yació en el pesebre, colgó en la cruz, ascendió al cielo, está sentado en el trono celestial, será usado por Jesús en su segunda venida y será de él por toda la eternidad, “es el mismo cuerpo.”
Esto, por supuesto simplemente no es verdad. Jesús de Nazaret en realidad ya tenía DOS cuerpos. El primero fue el cuerpo formado de manera sobrenatural en el vientre de María, en el evento normalmente llamado el nacimiento virginal, pero que más precisamente fue la concepción virginal. Este cuerpo siguió desarrollándose como cualquier cuerpo humano debe hacerlo, y creció a adultez y por último murió en la cruz. Referente a lo que sucedió después, yo no estoy de acuerdo con la mayoría de intérpretes de la Biblia. La mayoría asume que en algún momento entre su sepultura en la tumba de José y su surgimiento de esa tumba el domingo de la resurrección, el cuerpo de Jesús fue transformado a su nuevo cuerpo glorificado, en otras palabras, el que ahora está sentado a la mano de derecha del Padre en la sala de trono celestial. Yo creo diferente, creo que, por propósitos testimoniales, el cuerpo que salió de la tumba fue EL MISMO CUERPO que ahí fue sepultado, y que milagrosamente había sido preservado y levantado de entre los muertos. Este cuerpo fue idéntico al que murió, hasta las impresiones de los clavos y la herida que dejó la lanza. Esta continuidad fue necesaria para no hubiera duda que el Cristo resucitado verdaderamente era el mismo Jesús que los testigos habían conocido antes de su muerte.
Lo que primero me instó a pensarlo fue el testimonio de Juan en 1 Juan 3:2, “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Ahora, la Biblia deja claro que NUESTROS cuerpo de resurrección glorificados serán modelados por el cuerpo que Jesús tiene AHORA: “[Jesús] transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21). Pero Juan vio a Cristo en su cuerpo varias veces antes de la resurrección, y aún así dice “y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”. Solo cuando Jesús regrese veremos su nuevo cuerpo, ¡y nuestros nuevos cuerpos serán iguales! (Durante sus 40 días de apariciones post-resurrección, Jesús hizo un número de cosas milagrosas con su cuerpo antiguo [Marcos 16:12; Lucas 24:16, 31, 36; Juan 20:19, 26]; pero no necesitaba un nuevo cuerpo para hacer estas cosas.)
He concluido que el cuerpo viejo, original, crucificado y resucitado de Jesús fue transformado de manera sobrenatural a su cuerpo nuevo, perfeccionado, glorificado y eterno en algún punto durante su ascensión a la nube de la presencia de Dios según los recuenta Hechos 1:9. Entró a la nube en su antiguo cuerpo y salió “del otro lado”, en el cuarto del trono, en su cuerpo nuevo. Este es el cuerpo al que se refiere Pablo en Filipenses 3.21. Es el cuerpo que vio Esteban (Hechos 7:55), el cuerpo que vio Juan (Apocalipsis 4:6), el cuerpo que cada ojo verá en la segunda venida (Apocalipsis 1:7), y el cuerpo con el cual Jesús se sentará en el trono de juicio durante el juicio final (2 Corintios 5:10). De mayor significancia, es el cuerpo que Jesús nuestro Redentor tendrá por la eternidad cuando se reúna con nosotros en nuestro cielo final, donde vivirá con nosotros para siempre en la tierra redimida (parte del “nuevo cielo y nueva tierra”). Sobre la nueva tierra Dios el Padre se manifestará a nosotros en una teofanía nueva y permanente (Apocalipsis 21:3, 5, 22; 22:3); y la persona divina-humana, el Logos encarnado como Jesús de Nazaret, habitará con nosotros en su cuerpo glorificado humano (como el nuestro). En Apocalipsis, Juan menciona varias veces la presencia del Salvador con nosotros en su persona como “el Cordero” (7:17; 21:22-23; 22:1, 3).
Verdaderamente es importante ver que Jesús no tiene el mismo cuerpo idéntico desde el pesebre y a través de la eternidad, porque su experiencia humana en este respecto es el patrón para sus hermanos espirituales, el resto de la familia glorificada de Dios. En nuestra propia existencia celestial seremos “hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito [de entre los muertos—Colosenses 1:18] entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). No puedo hablar por todos, ¡pero yo sé de seguro que no quiero vivir por la eternidad en mi cuerpo presente! (Un corolario de todo esto es que en el cielo NO conoceremos a Jesús “por las marcas de los clavos en sus manos”, ya que su cuerpo perfeccionado y glorificado—como el nuestro—no tendrá ninguna traza de la maldición del pecado sobre ello.)
Pueden encontrar las notas originales del Dr. Jack Cottrell buscando su página en Facebook o en su blog. Para ver el artículo original, haga clic AQUÍ.