Un artículo escrito por Rice Haggard. Este artículo ha sido modificado de su formato original, para poder encajar mejor con un formato de blog. Originalmente fue publicado como un libreto de 31 páginas, entre los años 1804 y 1806. La fecha exacta es desconocida. Su título original fue «Un discurso a las varias sociedades religiosas sobre la sagrada importancia del nombre cristiano».
Pero mientras será rápidamente reconocido por mentes serias y sin prejuicio que estas son maldades grandes, llenas de consecuencias malas e incalculables; aun así, en el estado presente de las cosas, es mucho más fácil lamentar que eliminarlas. Admitiré que hay grandes dificultades en el camino, pero confío que no son insuperables.
Que primero sea claro que hay verdaderas y grandes maldades, y estoy persuadido que cada hombre honesto tendrá la voluntad de escuchar cualquier plan que promete su eliminación. Nos hemos extraviado en alguna medida (yo creo que grandemente) del modelo de la iglesia primitiva: si podemos encontrar la manera de regresar, sin duda proveerá remedio para las maldades que han surgido de nuestro extravío. Haré mención de un método simple que estoy dispuesto a intentar, hasta que alguna mano con más habilidad sugiera uno mejor. Y es lo siguiente: «Que todo cristiano adore a un Dios . . . reconozca a un Salvador . . . tenga una confesión de fe . . . una forma de gobierno . . . sean miembros el uno del otro . . . miembros de una iglesia . . . profesen una religión . . . que sólo se reciban miembros vivientes . . .» Y finalmente, «que nadie sea expulsado excepto por infracción de la ley divina».
Aquí está un plan, y uno simple también, que ha sido diseñado como un «sanador de la brecha, un restaurador de caminos a seguir» para traer a aquellos que se han extraviado; a aquellos quienes, por fraude, fuerza, o alguna otra manera, han sido guiados lejos del plan cristiano original.
Ahora vengan, mis hermanos cristianos, acordemos que las maldades ya hechas por la partidocracia son suficiente, y más que suficiente; y comencemos a preguntar «por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andemos por él, y hallaremos descanso».
Ahora repasemos y examinemos el plan.
1. Así que, debemos adorar a un solo Dios; porque aquel que adora a más es un idólatra.
2. Reconocer a un Salvador, Jesucristo. Pues es el único Salvador, fuera de él no hay nadie más, y su nombre es el único bajo el cielo por el que podemos ser salvos.
3. Tener una confesión de fe, y que esa sea la Biblia. Esta es tan generalmente y aun tan particularmente una regla que no podremos encontrar un hombre o grupo de hombres en el mundo que pueda repararla; y se nos prohíbe intencionadamente agregar a ella o quitar de ella, y esta prohibición se nos impone con una amenaza temible pero justa en la misma conclusión de este Libro, Apocalipsis 22:18-19 «Porque yo protesto á cualquiera que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere á estas cosas, Dios pondrá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad, y de las cosas que están escritas en este libro.»
Un vasto cuerpo de clérigos, tanto en Europa como en América, ha confesado que las santas escrituras son la Regla única y suficiente de fe y práctica. Ahora, si son la única regla, no puede haber otra; y si son suficiente, no hay necesidad de otra. Algunos ciertamente han afirmado lo contrario, pero ellos era del tipo que desea legislar la Iglesia. Verdaderamente parece que demasiados han visto la Biblia de la misma manera que el estadista ve la constitución, aquello sobre lo cual formulan leyes; y frecuentemente sucede, por ignorancia o por las intrigas de hombres ladinos que las leyes resultan anticonstitucionales. El orgullo, ignorancia y maquinaciones del sacerdocio han, de esta manera, introducido maldades innumerables a la iglesia. No tan solo han legislado para su generación existente, sino que también han atado las conciencias de su raza no nacida.
¿No es un poco degradante al Dios supremo el suponer que él mismo instituyere una religión, y se la comunicase a sus criaturas racionales por medio de revelación sobrenatural, de cuya observancia depende su felicidad en el mundo presente y futuro; pero que esta revelación fuese tan vaga que debiésemos tener la asistencia de hombres, no más inspirados que nosotros, para perfeccionar aquello que le falta a la obra de un Dios? ¿Que debe ser modelada por cabezas políticas; que necesita la labor de sínodos, asambleas generales, concilios de padres, etcétera, etcétera, para sistemizar y arreglarlo, antes de que podamos adoptarlo como regla? Este es un pensamiento que ha hundido la credibilidad de las Escrituras, y que siendo expuesta, ha sacudido la fe de miles.
4. Tengamos una forma de disciplina y gobierno, que esta sea el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento es necesario como guía para nuestra fe; pues por el somos llevados a aquellas cosas que encontramos cumplidas en el nuevo, y que debemos creer. Pero para la constitución de una iglesia cristiana, su conducta al ser constituida, la recepción de sus miembros y sobre qué principios, la manera de expulsar y para qué, tenemos guía suficiente en el Nuevo Testamento, independiente de cualquier otro libro en el mundo.
Cuando leo y observo cuan sumamente particular ha sido Jesucristo en la construcción de su iglesia, y del orden de ella y todos sus miembros—que dio su vida por ella—que su amor por ella no cambia—que ella es «su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos»—que para sabiduría, bondad, etcétera, nunca hubo en la tierra uno igual a él—tengo una opinión más elevada de su sabiduría, bondad y amor de que imaginarme que le daría una guía o regla que, en el estado que lo dejó fue inadecuado en algún o muchos respectos—pero que no nombrase ni autorizase a alguien para cubrir la deficiencia.
5. Que todo cristiano se considere miembro el uno del otro: porque en la estimación de la escritura ciertamente lo son. Esto está ilustrado y comprobado en que Cristo mismo es el fundamento y la iglesia su casa, o superestructura edificada sobre ese fundamento—él es la vid, ellos son los pámpanos—él es la cabeza y ellos los miembros de su cuerpo singular, tejidos por ligaduras y cintas. Y por lo tanto son miembros el uno del otro en particular. Así que se deduce:
6. Que todo cristiano debe ser miembro de una iglesia. Porque hayamos tan sólo un fundamento para la iglesia, y ese es Cristo; y «nadie puede poner otro fundamento». Todo lo que está construido sobre ese fundamento es una superestructura, o un cuerpo en Cristo. Este es su cuerpo místico, y ningún otro. Y el nombre de este cuerpo origina de su cabeza, lo cual hace de ello la iglesia cristiana, o iglesia de Cristo. Por lo tanto:
7. Que todos profesen una religión. Y que todos sean más solícitos de esa posesión que de la profesión de esta religión singular, como aquello que hará a cada uno feliz en Dios, en sí mismo, y con sus hermanos. Pero si alguno tiene alguna religión, será conocido y tendrá un nombre. Si nuestra religión es la religión de Jesucristo, tanto justicia como decoro demanda que sea llamado por su nombre. De otra manera, él será el autor de algo bueno, y otro tendrá el honor de ello.
8. Que ninguno sea recibido como miembro de la iglesia más que aquellos que son hechos vivos en Cristo. Pues el templo del Señor está edificado de «piedras vivas, una casa espiritual». Pero que las personas despertadas ahora, como en la antigüedad, queden bajo el cuidado de la iglesia, como «prosélitos de la puerta», para ser instruidos, cuidados, reciban oraciones, etcétera. Pero porqué habían de ser considerados parte del cuerpo, del cual conocen y sensiblemente sienten, que no son miembros. Y que los niños sean puestos bajo el cuidado e inspección de la iglesia, por bautismo o no, como cada sociedad o miembro individual de ello juzgue mejor. Pero que ningún hermano contienda con ni condene a su hermano por practicar u omitir el rito de bautismo infantil o el modo en el que se administró o recibe. Si el espíritu y amor de Cristo en sus miembros no preserva a su pueblo de esto, estoy seguro que leyes de invención humana tampoco podrán.
9. Que ninguno sea excomunicado de la iglesia, sino por infracción de la ley divina. Como cada miembro es injertado a la vid verdadera por fe; y solo el pecado puede separar Dios y el alma, ¿porque habría alguna otra cosa separar a miembros de la iglesia visible? ¿Dónde está el hombre o grupo de hombres que sostienen una divina carta para prohibir comunión o cortar a alguno de la iglesia militante, a aquellos que tienen comunión con Dios, y que son candidatos adecuados para la iglesia triunfante?
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La versión de la Biblia usada en este artículo es la versión Reina-Valera 1908.