
Un artículo escrito por J. W. McGarvey.
CÓMO SER MAESTROS
El primer requisito para enseñar es el poseer conocimiento. A menos que un hombre sepa algo que sus estudiantes no saben, no puede ser su maestro. Para ser maestros, pues, los ancianos deben ser diligentes en la adquisición de conocimiento de Escritura y en todo tiempo deben estar mejor informados en la Palabra de Dios que la mayor parte de la congregación. Decimos la mayor parte de la congregación porque es bastante posible que una congregación tenga individuos mejor familiarizados con las Escrituras que los ancianos, aun si éstos últimos sean maestros calificados.
La obra de enseñar lo deberes prácticos de la vida cristiana necesariamente implica exposición y reprimenda de tales prácticas y enseñanzas que son inconsistentes con estos deberes. Consecuentemente, Pablo dice que los ancianos deben poder tanto exhortar como convencer a antagonistas. Tito 1:9. Antagonistas son aquellos que hablan en contra de lo que se enseña. Se supone que deben ser accionados por algún deseo inapropiado en su antagonismo y se les debe exhortar a abandonar su camino. Si esta exhortación falla, no necesariamente deben ser convencidos, como dice la versión común, sino quedar como convictos; en otras palabras, que quede clara su maldad. Convencer a un antagonista puede ser una imposibilidad y, por lo tanto, mucho para pedir de un anciano, pero el convencer a la gente de la culpabilidad de uno es una tarea mucho más fácil. Esta dirección de los apóstoles indica una expectativa, que se encontrarán hombres en las iglesias que hablarían contra la enseñanza práctica de los ancianos, y necesitan ser exhortados y declarados culpables. Ninguna ancianía de experiencia ha fallado en encontrarse con estas personas. Se les encuentra especialmente entre apologéticos para varios vicios populares que son respetables a los ojos del mundo, y en los cuales discípulos mundanos siempre son tentados a participar.
De qué manera la enseñanza pública de la ancianía (en términos de llevarlo a cabo) puede ser más efectiva es un tema de inmenso interés para las iglesias de esta generación. Varios métodos, con varios grados de éxito, ahora están en uso activo. En algunas instancias, la ancianía no hace ningún intento de enseñar públicamente, y poco intento a enseñar en privado. Esta es una negligencia intolerable del deber, por lo cual los delincuentes eventualmente serán llamados a dar cuenta. Si la negligencia es resultado de la indiferencia, es un gran pecado; si es de incapacidad, una resignación del oficio debe tomar lugar de inmediato. En otras instancias, se contrata a un evangelista para enseñar y predicar en ciertos días del Señor cada mes, y el resto de las reuniones son dedicadas a la enseñanza de los ancianos, quienes imitan el tema y la técnica del evangelista tanto como puedan. En otros, toda la instrucción en el día del Señor es dada por un evangelista y una reunión especial se tiene durante la semana para edificación mutua y el prestar atención a la disciplina pública, en lo cual los ancianos son hablantes principales. En otros, uno de los ancianos, distinto de los otros por su habilidad superior para enseñar y predicar, ocupa el púlpito en el día del Señor mientras que los otros ancianos toman parte de las reuniones más privadas durante la semana. En aún otras instancias, especialmente entre las iglesias de Gran Bretaña y Australia, le reunión principal en el día del Señor se dedica a la enseñanza de los ancianos y a exhortación mutua por miembros bajo la dirección de los ancianos, mientras que el evangelista predica en otras horas del día del Señor, y en alguna otra noche de la semana.
Si calculamos los resultados de estos métodos, debemos confesar que hasta ahora han sido bastante escasos. Los esfuerzos de la mayoría de nuestros ancianos son tan poco instructivos y edificantes que ni siquiera los miembros de la iglesia atienden en buenos números cuando es esperado que uno de estos eventos ocuparán la hora. Así que hay una queja constante de que los miembros no vienen a la iglesia excepto cuando el predicador está presente. Repito, los esfuerzos de un gran número de evangelistas, aún aquellos con mucha experiencia, son bastante ineficientes en lo que constituye la instrucción de los hermanos en la vida cristiana, y el despertar de entusiasmo y escrupulosidad. Ciertamente es una cosa rara encontrar a un predicador que es capaz de hablar para la edificación de la misma congregación por una serie de años. Esto cuenta, en gran medida, por la migración frecuente de predicadores, de lugar en lugar. Una congregación casi nunca consentirá a la pérdida de un predicador que uniformemente les instruye y edifica en público, y cuyo comportamiento es enteramente estimable.
Si volvemos la mirada de la obra pública a la obra privada, encontramos que los resultados son aún más insatisfactorios. En la gran mayoría de nuestras congregaciones hay una ausencia casi entera de instrucción privada por los ancianos, o aún por el evangelista, a tal grado que los miembros de la iglesia dependen de su propia lectura y la prédica semanal o mensual para todo lo que conocen sobre la verdad y el deber. Gracias a la actividad y naturaleza barata de la prensa religiosa, la ignorancia resultante no es tan grande como podría ser, pero entre aquellos discípulos que tienen muy poca educación como para aprender rápidamente del material impreso y de las predicaciones, y entre aquellos demasiado absorbidos en otras cuestiones como para leer la Biblia o escuchar las predicaciones pensativamente, existe una ignorancia lamentable en referencia a algunos de los principios de piedad y moralidad.
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